Los conflictos de interés de Donald Trump con J&J y sus “favores” a Big pharma
La farmacéutica Johnson & Johnson, IBM, Coca Cola, Facebook… son algunas de las empresas en las que la Trump Organization tiene participaciones. Prácticamente cualquier reforma o normativa empresarial que Donald Trump quiera sacar adelante cuando ejerza como presidente tendría una repercusión directa sobre su imperio. Habrá conflicto de intereses. ¿Por qué el sector farmasanitario está contento con Trump en USA?
Johnson & Johnson (J&J) es una de las grandes compañías mundiales del ramo sanitario y farmacéutico. ¿Influirá en las políticas del republicano que tenga participaciones en dicha empresa?
De momento en J&J reconocen que el ambiente que se ha generado con el triunfo de Trump, no es de lo más productivo porque el nuevo presidente quiere construir un muro que separe México de Estados Unidos (EE.UU.) y resulta que en el país latino tiene la farmacéutica una de sus grandes fábricas.
En concreto en Ciudad Juárez, la ciudad fronteriza, donde es uno principales motores económicos al emplear a 10.000 personas.
Pero la industria no tiene porqué preocuparse, Trump parece que lo va a poner fácil para que el muro físico no le afecte y además va a levantar los muros fiscales, que el dinero corra (no las personas).
Con el megaempresario al frente de los USA la industria farmacéutica puede prepararse para una nueva serie de megafusiones. La clave está en el anuncio de reducir el impuesto de sociedades a las empresas estadounidenses.
Como cuenta el Telegraph:
Tales políticas serían un beneficio enorme para los gustos de Merck, Johnson & Johnson y Pfizer, que tienen decenas de miles de millones de dólares escondidos en el extranjero y están atascados pagando altas tasas de impuesto de sociedades”.
Y sí, en efecto, Trump favorecería así a Johnson & Johnson. Durante el pasado mes de noviembre de 2015 Pfizer, otra de las grandes multinacionales farmacéuticas estadounidenses, anunció la compra de Allergan por unos 150.000 millones de dólares (140.133 millones de euros). Ya entonces se veía como una hipótesis que la farmacéutica trasladara su sede de Nueva York a Dublin (Irlanda), donde Allergan cuenta con su sede social.
Pfizer realmente planeaba su traslado a la capital irlandesa con el objetivo de completar la inversión fiscal que reduciría su factura por el impuesto de sociedades en Estados Unidos.
Irlanda se revela como refugio fiscal y productivo entre las Big Pharma.
Pfizer no es la única, también está allí J&J. La española Grifols trasladó su tesorería de Barcelona y el listado de grandes laboratorios farmacéuticos que han hecho este camino hacia el país del trébol es grande:
Endo, Jazz Pharmaceutics, Horizon, Covidien, Abbot, Eli Lilly, Johnson & Johnson, Gilead, Takeda, Bayer, Sanofi… así hasta algo más de 120 compañías farmacéuticas que en menor o mayor medida tienen establecido su hogar en Irlanda”.
Y luego está el asunto de los precios de los medicamentos, clave para entender la especulación de esta industria hoy. Lo último no ha sido la polémica por el precio de Sovaldi y otros fármacos para la hepatitis C, no.
La penúltima en Estados Unidos ha sido la del EpiPen (epinefrina), una inyección para afectados por una reacción alérgica severa.
El precio se disparó de unos 100 dólares que costaba en 2009 a los más de 600.
Los medicamentos genéricos pues también están amenazados por la especulación con los precios.
El futuro presidente también ha sugerido que quiere permitir que los medicamentos genéricos baratos y otros medicamentos de alto precio sean importados desde el extranjero donde son más baratos.
Esto se conoce como el “mercado paralelo” y actualmente está restringido bajo las regulaciones estadounidenses.
No deja tampoco de ser paradójico pues en el pasado Pfizer ha destacado por ser uno de los laboratorios que más ha luchado contra las denominadas importaciones paralelas. Ésta es una práctica legal, como explico, que se produce cuando un distribuidor de la Unión Europea (UE), alemán, por ejemplo, compra lotes de cualquier fármaco en España, cuyo precio es más bajo, para luego venderlo en su país, cuyos precios son más caros y así obtener un beneficio extra.
Las compañías farmacéuticas han considerado siempre que esto les provoca “pérdidas” (no ganancias) e históricamente han presionado ante las autoridades de la Unión Europea para que se establezca un precio único para cada medicamento dentro de sus fronteras.
El elevado precio ha suscitado críticas de varios senadores estadounidenses en los últimos tiempos, a las que también se ha sumado la candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, quien ha calificado este aumento de precio como “una barbaridad” y denunció que hay farmacéuticas que ponen sus ganancias “por delante de los pacientes, aumentando los precios sin justificación”. Ha saber qué hubiera hecho luego si hubiese ganado las elecciones la candidata más del establishment.
El presidente electo republicano ha sido menos crítico con el precio de los medicamentos que su rival, cuya firme retórica contra las compañías farmacéuticas ha amortiguado el interés de los inversores en el sector durante el año pasado.
El senador del Congreso de EE.UU. y rival de Clinton como candidato a la presidencia del país, Bernie Sanders, fue más beligerante y llegó a enviar, en plena polémica del Sovaldi, una carta al director del Departamento de Excombatientes (los veteranos de guerra) pidiéndole que rompiese la patente de dicho medicamento. No parece que Trump vaya a transitar ese camino.
Así que no es de extrañar que la industria farmacéutica haya celebrado en los mercados la victoria del republicano Donald Trump. Pero sobre todo, los inversores aplauden la derrota de la demócrata de Hillary Clinton, por prometer reducir los altos costes de los medicamentos en el país. A corto plazo, las compañías no prevén grandes decisiones en la agenda del republicano que puedan afectar al sector.
Vaya que la lucha contra los abusos de la industria farmacéutica va a sufrir un parón y es plausible la idea de que la disyuntiva salud pública versus intereses de la industria sanitaria siga decantándose a favor de la segunda.
Y eso sin entrar a valorar (aún poco se sabe que lo que será capaz el magnate republicano) lo que sucederá con el llamado ObamaCare.
La idea de los demócratas era recortar los precios de los medicamentos permitiendo al Medicare (el equivalente al sistema sanitario público de Estados Unidos, reforzado durante el mandato de Obama -de ahí lo de ObamaCare-) negociar con las compañías farmacéuticas reducciones de precios y control de costes, aprovechando la masa de clientes de más de 40 millones de pacientes inscritos que tiene.
Se esperaba que la medida ahorrase al gobierno miles de millones de dólares durante la próxima década al no poder destinar las farmacéuticas multimillonarios fondos a estrategias de marketing.
No quiero terminar este post sin comentar que J&J es una empresa de dudosa ética. Lo último ha sido lo de la condena a pagar 72 millones de dólares a la familia de una mujer de Alabama (Estados Unidos) que murió por un cáncer de ovario por el uso durante décadas de los polvos de talco de esta empresa.
La industria farmacéutica puede estar tranquila que no parece que la era Trump vaya a agitarle el mayor mercado de medicamentos del mundo.