Enrique Gavilán: «la salud es responsabilidad de los ciudadanos y no de los profesionales sanitarios»
Enrique Gavilán es médico de familia en el ámbito rural. Hace ya muchos años que le conozco. Ha publicado un libro que se titula Cuando ya no puedes más. Viaje interior de un médico (Editorial Anaconda). Muy bien escrito, en sus páginas narra el proceso depresivo que sufrió durante años por querer hacer bien su trabajo y no poder dado el deterioro actual del sistema sanitario. Esta es la entrevista que le he hecho.
-Enrique eres médico y has enfermado, has sido paciente también. Tu libro es un viaje interior muy sincero y valiente a través del fuego del «burnout», ese fenómeno de «estar quemado» en el trabajo. Y aseguras que buena parte de tus compañeros y compañeras de profesión han atravesado o atraviesan por el mismo proceso. ¿Que está ocurriendo en el sistema sanitario español que es capaz de «quemar» incluso a sus médicos con mayor vocación?
No es que queme «incluso» a los de mayor vocación, sino que «sobre todo» quema a los que más aportan a la sanidad. Es muy desincentivador que los gerentes nos traten a todos por igual. Al final te das cuenta de que no importa mucho si lo haces bien o mal y que pocos saben reconocer que te esmeres en tu trabajo.
-Un médico «quemado» es peligroso ¿de qué peligros tratamos?
Por un lado, las propias circunstancias que conducen al burnout: las prisas, las continuas interrupciones, pacientes cada cinco minutos, agendas de 40-50 personas al día, jornadas de siete horas sin parar, etc.
Por otro, si estás exhausto, desmotivado y despersonalizado, tiendes a desconectar, no te concentras igual, no te vuelcas con el paciente de la misma manera, a veces a lo único que aspiras es a tener un descanso porque estás agotado.
No sólo pierdes destrezas diagnosticando, sino que eres más propenso a equivocarte en el tratamiento, eso está demostrado incluso con estudios. Y la comunicación y la relación se resienten en gran medida.
-Expones en tu libro que te sentías extraño al estar enfermo, deprimido y medicado siendo médico. Me consta además que eres de los profesionales sanitarios más comprometidos en la denuncia de la medicalización de la vida. ¿Puedes explicarle a quien no haya leído aún tu libro cómo te sentías?
Me sentía desconcertado. Por ejemplo, he criticado mil veces el uso de fármacos antidepresivos para cuestiones que no son enfermedades mentales como tal y el burnout no es una enfermedad mental propiamente dicha, pero al ver que todo lo que había intentado antes había fracasado, terminé accediendo a tomar esos fármacos porque estaba totalmente abrumado y no levantaba cabeza.
Esto al principio me hizo sentirme mal, pero luego me di cuenta de que si había pedido ayuda, debía dejarme llevar un poco y que si mi médica me había propuesto esta opción era porque quizá era lo mejor. No me arrepiento, creo que fue un acierto. Ahora, en cuanto pude, los dejé, claro.
-En un párrafo te preguntas si estamos preparados para tomar las riendas de nuestra salud o si «preferimos seguir manteniéndola bajo el monopolio de los profesionales», ¿puedes profundizar aunque sea con brevedad en esa idea, qué quieres decir en concreto?
Los médicos somos buenos definiendo y tratando la enfermedad, pero la salud es algo muy personal y por tanto, es responsabilidad principalmente de los ciudadanos y no de los profesionales sanitarios. Sanidad no es sinónimo de salud.
-También comentas en referencia a la educación de los niños que no se enseña a tolerar la frustración que conlleva no conseguir siempre lo que se desea y estoy de acuerdo y pone ejemplos de adultos que se comportan en consulta como si fueran niños, ¿existe de algún modo una infantilización de la asistencia sanitaria?
Sí, hay un poco de esto. Aún hay mucho paternalismo, tanto por parte de los profesionales pero también por parte de los ciudadanos. Que mis pacientes confíen en mí me gusta, hasta cierto límite, pero no que dejen su salud en mis manos, porque yo no soy guardián de su salud y muchas veces delegan sus decisiones en mí mucho más allá de lo que me gustaría.
-Narras tu particular descenso a los infiernos pero el libro, lo adelantamos, tiene final feliz. ¿Cuales son las enseñanzas de la superación de la enfermedad?
Muchas. La primera quizá es que soy, somos, vulnerables, nos cuesta asumir que no podemos con todo, que debemos cuidarnos si queremos cuidar mejor a nuestros pacientes. No estamos acostumbrados a hablar de las emociones que nos despierta nuestro trabajo. También me ha ayudado a conocer mis muchas contradicciones y a tolerarlas.
-En tiempos en que parece que nos tratan como borregos (algo sobre ello también escribes inteligentemente) y que en el ámbito sanitario también parece haber un pensamiento único, ¿dónde queda la autonomía del paciente o su capacidad para elegir en libertad la manera de tratarse o de interactuar con los recursos sanitarios?
Tengo claro que por mucho que yo intente aconsejar a mis pacientes de la manera más adaptada a sus necesidades, por mucho que los ciudadanos reciban miles de mensajes relacionados con la salud a través de vecinos, amigos y medios de comunicación, por mucho que el mercado condicione la disponibilidad de unos productos y servicios frente a otros, luego el paciente llega a casa y allí es soberano y al final hace lo que le parece más oportuno, lo cual me parece indudablemente prueba de que ¡tan borregos no somos!
-Para finalizar, la última vez que charlamos sobre ello subíamos juntos con nuestras bicis de montaña por la pista Heidi de Hervás (norte de Extremadura) y estabas un poco «de bajón», quiero preguntarte ¿cómo están hoy las «fuerza antimedicalización de la vida», significa la publicación de tu texto tu vuelta a la escena pública?
¡Para nada! ¡Estoy muy feliz en la retaguardia! Se puede seguir activo y teniendo un papel muy combativo contra los excesos de la medicalización en otros ámbitos menos visibles. Mi lugar ahora es la consulta y el pueblo donde trabajo, donde además de la consulta del día a día me gustaría seguir involucrado en actividades hacia la comunidad que vayan en la línea de la desmedicalización. Y, por supuesto, en la docencia, donde sigo activo y comprometido como siempre.
Asclepio, dios de la medicina en la mitología griega. Esculapio para los romanos. Desde niño fue educado por el centauro Quirón, que le enseñó las artes curativas. Nadie mejor que él, Quirón, para empatizar con el sufrimiento que puede provocar la enfermedad en otros y, en consecuencia, estar en la mejor disposición para ayudarles: una herida incurable le llevó a renunciar a la inmortalidad para liberarse al fin del dolor.
Se actualiza el mito cada vez que un médico experimenta la enfermedad y extrae de la experiencia conciencia e intenciones renovadas de ayudar a los enfermos.
Quirón también enseñó a Asclepio música y danza. El título del libro del Dr. Gavilán recuerda el “Cuando ya no puede más tu pobre corazón…” de la canción de Burguitos, que viene a aliviar un poco la trágica dimensión simbólica del Gran Centauro y su discípulo.
https://youtu.be/6dDRsUFPTps
Salud.