El cuento de la mediocridad que era feliz en su cárcel de barrotes de oro
En esta mañana de sábado lluvioso en la Sierra de Madrid, voy a escribir sobre algo diferente. Este blog va de fármacos dañinos, tóxicos domésticos, alimentación insana y la sana, etc. Pero este escrito por la médico de familia Sara Yebra Delgado, me ha inspirado y mucho: La soledad causada por la independencia y libertad de pensamiento.
Empieza así:
En un centro de salud cualquiera… alguien se pone a pensar. Se pone a pensar, por ejemplo, sobre la industria farmacéutica. Se informa, pregunta, lee, revisa su compromiso con la profesión y toma una decisión difícil: no recibir más a los visitadores. Es la única persona entre sus compañeros y empieza a sentirse sola… «Cuando abandonas el sistema, quedas marginado y como bicho raro» (Roberto Colino).
Yebra se pregunta: ¿Por qué puede causar sensación soledad la libertad de pensamiento?, y cita la cultura de la cancelación que consiste -dice y con acierto, doy fe- en retirar el apoyo (sea moral, financiero, digital e incluso social) a personas u organizaciones que se consideran inadmisibles por actuaciones o comentarios.
Sigue contando Yebra que los seres humanos tenemos una piel social y necesitamos a los demás. El miedo al rechazo produce autocensura.
La vergüenza social -explica la filósofa española Adela Cortina– hace que aunque la gente vea claramente que algo no es correcto, se mantenga callada si la opinión pública está en contra.
La libertad es el latido mismo de la humanidad, la chispa que nos impulsa a cuestionar, a explorar y a expandir nuestros horizontes.
El silencio ante las injusticias es la antilibertad, la antesala de cualquier clase de totalitarismo. Al poderoso le conviene el silencio social, y lo busca.
Un ejemplo: Durante la última pandemia a quienes cuestionamos las tesis oficiales, y en mi caso concreto, sobre todo, al publicar sobre las vacunas Covid-19, en las redes sociales se nos censuró. ¿Cómo? El Ministerio de la Verdad de Facebook, decidía continuamente que mis publicaciones, (que hasta algunos de mis críticos valoran como generalmente acertadas), eran «capadas» con la excusa de no ser ciertas jajaja…
…pero resulta que la mayor parte de ellas provenían de fuentes oficiales como la Agencia Española de Medicamentos jajaja
La rebelión inconformista
Nos dicen que vivimos en el mundo más libre posibles, pero estamos muy controlados. Sed inconformistas, rebelaros contra las normas injustas y las propias injusticias, siempre merece la pena. Superad el miedo social, y los prejuicios. Sed el canto de libertad que necesitamos. La voz de quienes no pueden hablar o a quienes han callado de mala manera.
Es imperativo que nos levantemos, que reivindiquemos nuestro derecho a pensar de manera crítica y a desafiar lo establecido. Cada uno de nosotros es un faro de potencial y creatividad que merece brillar sin restricciones.
Vivimos en un mundo donde la voz de las personas frente a las de los poderes, ya sean gobiernos o conglomerados empresariales, debería ser la más poderosa, pero a menudo se ahoga bajo el peso de la conformidad y el miedo a lo establecido, al qué dirán los demás.
No pudieron callarme, y lo que sigo pensando es que necesitamos un grito de guerra por la autenticidad y la autonomía del individuo. Despreciar la mediocridad y la vulgaridad. Defender los valores y los ideales.
Cada persona tiene el derecho fundamental de decidir sobre su vida, sus pensamientos y sus acciones. Este principio es esencial en un mundo que a menudo busca encajar a los individuos en modas o normas predeterminadas (casi siempre comerciales, aunque también ideológicas).
La diversidad de pensamiento es el motor del progreso, y el respeto por la libertad individual es la clave para construir una sociedad vibrante y dinámica.
Ser crítico con lo establecido no es un acto de rebeldía sin causa, sino un ejercicio de responsabilidad. Cuestionar lo que nos rodea nos permite crecer y evolucionar como colectivo. Cada gran avance en la historia ha sido precedido por aquellos que se atrevieron a desafiar las convicciones sociales.
Muchos disidentes que nos precedieron hicieron temblar los cimientos del pensamiento tradicional al proclamar que la búsqueda de la verdad es más importante que la adherencia ciega a la normatividad.
La libertad de pensamiento es sagrada. Nos brinda la capacidad de imaginar lo imposible, de soñar en grande y de proponer alternativas que podrían, en algún momento, convertirse en nuestra realidad.
Aceptar la mediocridad en nombre de la paz social es una traición a nuestra esencia como seres humanos. Necesitamos cultivar un espacio donde el disenso sea bienvenido, donde las ideas puedan ser debatidas y donde cada voz, incluso las más discordantes, encuentre su lugar.
La defensa de la libertad es una tarea colectiva, un esfuerzo que requiere valentía y pasión. No podemos permitir que el miedo o la complacencia desdibujen nuestra capacidad de soñar y de ser críticos.