La medicalización de la obesidad: La nueva enfermedad “hecha en laboratorio” para fabricar pacientes
La obesidad, que afecta a millones de personas en todo el mundo, ha sido objeto de un cambio conceptual profundo en los últimos años. Lo que antes se entendía como un problema de hábitos o un factor de riesgo para otras enfermedades, ahora se redefine como una enfermedad en sí misma.
Pero, ¿qué hay detrás de esta transformación? ¿Es este cambio una victoria de la biomedicina o un nuevo capítulo en la medicalización de la vida?
La nueva definición de obesidad
En 2025, un comité internacional propuso una redefinición disruptiva de la obesidad. Según esta nueva perspectiva, la obesidad no es solo una acumulación excesiva de grasa corporal, sino una condición compleja con causas multifactoriales que incluyen factores genéticos, metabólicos, sociales y culturales.
Este enfoque distingue entre dos categorías: obesidad clínica, que implica alteraciones funcionales en órganos y tejidos debido al exceso de adiposidad; y obesidad preclínica, un estado inicial donde aún no se observan daños orgánicos evidentes, pero que conlleva un riesgo elevado de progresión hacia enfermedades graves como diabetes tipo 2 o problemas cardiovasculares.
Este cambio conceptual no es trivial. La medicalización de la obesidad implica que millones de personas que antes no eran consideradas enfermas ahora podrían ser diagnosticadas con «obesidad preclínica». Esto abre la puerta a intervenciones médicas tempranas, desde tratamientos farmacológicos hasta terapias conductuales intensivas.
Pero también plantea interrogantes éticos y sociales: ¿estamos patologizando la vida cotidiana? ¿Es este enfoque realmente útil o responde a intereses económicos?
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Medicalización: el negocio detrás del diagnóstico
La medicalización de la obesidad no es un fenómeno aislado. Forma parte de un proceso más amplio donde aspectos normales o variaciones del comportamiento humano son reinterpretados como problemas médicos.
En el caso de la obesidad, esto se traduce en una creciente dependencia de soluciones biomédicas como medicamentos y cirugías bariátricas, dejando en segundo plano enfoques preventivos basados en cambios estructurales y sociales.
El mercado farmacéutico ha encontrado en esta redefinición un filón económico. Medicamentos como los agonistas del receptor GLP-1 (utilizados originalmente para tratar la diabetes) han sido adaptados para combatir la obesidad. Estas terapias prometen resultados rápidos y efectivos, pero no están exentas de efectos secundarios ni de costos elevados.
Además, refuerzan una narrativa donde el individuo es responsable exclusivo de su salud, ignorando factores estructurales como el acceso a alimentos saludables o las condiciones laborales que dificultan mantener un estilo de vida activo.
Si bien el reconocimiento de la obesidad como enfermedad podría parecer un avance hacia la desestigmatización, en la práctica ocurre lo contrario. La narrativa biomédica tiende a culpabilizar al individuo por su estado físico, ignorando las complejas interacciones entre genética, ambiente y cultura.
Así, las personas con obesidad son vistas simultáneamente como víctimas y culpables: víctimas de un sistema alimentario industrializado que promueve el consumo excesivo y culpables por no adherirse a los estándares normativos de dieta y ejercicio.
Además, esta medicalización perpetúa desigualdades sociales. Las comunidades más afectadas por la obesidad suelen ser las más desfavorecidas económicamente, con menor acceso a alimentos saludables y recursos médicos. Sin embargo, las soluciones propuestas -como medicamentos costosos o programas personalizados- están diseñadas para quienes pueden pagarlas, dejando fuera a quienes más lo necesitan.
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La industria alimentaria: cómplice silente
No podemos hablar de obesidad sin mencionar el papel central de la industria alimentaria. Durante décadas, esta industria ha promovido productos ultraprocesados ricos en azúcares y grasas mientras financia investigaciones que minimizan su impacto negativo en la salud. Paradójicamente, muchas empresas alimentarias también invierten en soluciones biomédicas para combatir los problemas que ellas mismas han contribuido a crear.
La medicalización de la obesidad desvía la atención del verdadero problema: un sistema alimentario diseñado para maximizar beneficios económicos a costa de nuestra salud. En lugar de abordar las causas estructurales del problema -como los subsidios agrícolas que favorecen cultivos poco saludables o la publicidad dirigida a niños-, se opta por soluciones individuales que perpetúan el ciclo.
La redefinición de la obesidad como enfermedad es presentada por sus defensores como un avance científico necesario para abordar una crisis global. Sin embargo, también puede interpretarse como una estrategia más dentro del marketing del miedo: convertir a millones de personas sanas en pacientes potenciales genera una demanda constante para productos médicos y farmacéuticos.
Lo he señalado en múltiples ocasiones: La industria farmacéutica no vende medicamentos; vende enfermedades. Este modelo económico depende de expandir continuamente las fronteras del diagnóstico médico para incluir nuevas categorías como «obesidad preclínica». Así se garantiza un flujo constante de clientes/pacientes mientras se refuerza una narrativa donde solo las soluciones tecnológicas pueden salvarnos.
Conclusión: resistir desde lo colectivo
La lucha contra la obesidad no puede reducirse a una cuestión individual ni medicalizarse por completo. Es necesario adoptar enfoques integrales que aborden las causas estructurales del problema: reformar el sistema alimentario global, garantizar acceso equitativo a alimentos saludables y promover políticas públicas que prioricen el bienestar colectivo sobre los intereses corporativos.
Como sociedad, debemos resistir la tentación de aceptar sin cuestionar las narrativas biomédicas dominantes. La obesidad es un problema complejo que requiere soluciones igualmente complejas; simplificarlo a través de diagnósticos médicos solo beneficia a quienes lucran con nuestra salud.