Ácido fólico: ¿vitamina esencial o arma de doble filo?
El ácido fólico, conocido también como vitamina B9, se ha convertido en un elemento omnipresente en la salud pública y la nutrición. Desde su inclusión obligatoria en alimentos enriquecidos hasta su promoción como suplemento indispensable para mujeres embarazadas, esta molécula parece ser la panacea contra defectos congénitos y otros problemas de salud.
Sin embargo, detrás de su imagen impecable se esconden controversias que merecen ser analizadas con lupa. ¿Es realmente tan beneficioso como se nos ha hecho creer? ¿Qué intereses están detrás de su masificación? Desmontamos el mito del ácido fólico.
La historia del ácido fólico: un cuento de marketing
El ácido fólico fue identificado en la década de 1940 como una vitamina esencial para la formación de glóbulos rojos y el desarrollo celular. Su nombre deriva del latín folium, que significa hoja, ya que se encuentra naturalmente en vegetales de hoja verde.
Sin embargo, el problema radica en que la forma sintética del folato, conocida como ácido fólico, no actúa de manera idéntica a su contraparte natural.
A pesar de esto, la industria farmacéutica y los gobiernos han impulsado su uso masivo, especialmente en alimentos procesados y suplementos.
En 1998, Estados Unidos implementó el enriquecimiento obligatorio de productos como harina y cereales con ácido fólico, alegando que esta medida reduciría los defectos del tubo neural en recién nacidos. Desde entonces, muchos países han seguido el mismo camino. Pero esta estrategia tiene implicaciones profundas que van más allá de la salud pública.
El enriquecimiento con ácido fólico se presenta como una solución sencilla para problemas complejos, pero plantea preguntas éticas y científicas. Por un lado, se argumenta que ayuda a prevenir defectos congénitos.
Por otro, obliga a toda la población a consumir una sustancia sin su consentimiento explícito. Esto es especialmente preocupante porque el exceso de ácido fólico puede enmascarar deficiencias graves de vitamina B12, lo que podría llevar a daños neurológicos irreversibles.

Además, algunos estudios sugieren que niveles elevados de ácido fólico podrían estar vinculados a un mayor riesgo de ciertos tipos de cáncer, como el colorrectal. ¿Por qué seguimos entonces promoviendo su consumo sin restricciones claras? Aquí es donde entra en juego el papel de las grandes corporaciones alimentarias y farmacéuticas.
El negocio del ácido fólico
En muchas ocasiones he denunciado cómo los intereses empresariales moldean las políticas sanitarias. La historia del ácido fólico no es diferente. La industria farmacéutica ha encontrado un nicho lucrativo en la producción masiva de suplementos y alimentos enriquecidos.
Además, al convertirlo en una solución «universal», se desvían recursos y atención de problemas estructurales como la mala alimentación y el acceso desigual a alimentos frescos ricos en folato natural.
La narrativa dominante sobre el ácido fólico también ignora sus efectos secundarios. Aunque generalmente se considera seguro, algunos individuos experimentan molestias gastrointestinales (náuseas, hinchazón) e incluso reacciones alérgicas graves. Más preocupante aún es su capacidad para ocultar síntomas de anemia perniciosa causada por deficiencia de vitamina B12.
Exceso o déficit: un equilibrio delicado
El déficit de folato puede tener consecuencias graves, especialmente durante el embarazo. Se asocia con defectos del tubo neural y otras complicaciones como anemia megaloblástica.
Sin embargo, esto no justifica el consumo indiscriminado de suplementos sintéticos. La mayoría de las deficiencias pueden prevenirse con una dieta rica en alimentos frescos como verduras verdes, legumbres y frutos secos.
Por otro lado, el exceso de ácido fólico sintético puede ser igual o más dañino. Algunos estudios han señalado que dosis superiores al límite diario recomendado (1 mg para adultos) podrían aumentar los riesgos de cáncer y problemas neurológicos. Esto pone en duda las políticas públicas que promueven su consumo masivo sin considerar estas implicaciones.
Es hora de cuestionar las narrativas simplistas sobre el ácido fólico. En lugar de depender exclusivamente de suplementos sintéticos y alimentos enriquecidos, deberíamos fomentar dietas equilibradas basadas en alimentos naturales ricos en folato.
También es importante realizar pruebas regulares para detectar deficiencias específicas antes de recurrir a la suplementación.
Además, los gobiernos deben reevaluar las políticas de enriquecimiento obligatorio. Estas medidas deberían basarse en evidencia científica sólida y considerar los riesgos potenciales para ciertos grupos poblacionales. La transparencia sobre los intereses que hay tras estas decisiones también es esencial.

En resumen
El ácido fólico no es ni bueno ni malo per se; todo depende del contexto y la forma en que se utiliza. Eso sí, cuando se convierte en una herramienta para perpetuar modelos industriales insostenibles y enriquecer a unos pocos a costa del bienestar colectivo, debemos alzar la voz.
Como personas informadas tenemos derecho a exigir políticas basadas en ciencia independiente y ética sanitaria. La próxima vez que veas un paquete etiquetado como «enriquecido con ácido fólico», pregúntate: ¿realmente lo necesito? ¿O estoy siendo víctima del marketing disfrazado de salud pública?