El perro se ha comido mi parche de testosterona
Me llega a través del médico argentino Gonzalo Moyano un artículo del muy interesante boletín de Información Farmacéutica del País Vasco. El editorial muestra el mecanismo de creación de enfermedades de la industria farmacéutica (IF), mecanismo que en Argentina, me cuenta Moyano, está cada vez más “aceitado”.
“Es notorio que por aquí (no solo por aquí, claro) no existe debate en el área de salud, la línea horrible que baraja el Ministerio es ‘comprada’ por toda la sociedad (incluyendo la ‘científica’ que no hace sino reforzar el discurso cooptado por la IF, reproduciéndolo acríticamente para que se imponga y se sostenga. Por el camino que vamos terminaremos todxs en manos de lo que la IF decida, y nos va a decir qué medicamentos usar”, comenta Gonzalo.
El editorial se titula Disfunción sexual: entre la realidad y el marketing. Se lo resumo:
Desde que el sildenafilo (Viagra®) fue lanzado al mercado en 1998, millones de hombres han sido tratados con éste y otros fármacos del mismo grupo, sin duda con un beneficio importante para los pacientes con disfunción eréctil (DE) (principalmente en aquellos con causa orgánica como diabetes, prostatectomía, etc.) que hasta la fecha no contaban con tratamientos aceptables. Y por qué no decirlo, con beneficios considerables para las empresas farmacéuticas, que no dudaron en extender el uso de estos fármacos a una población mucho más amplia de hombres. Para ello fue “necesario” redefinir la prevalencia de DE susceptible de ser tratada, utilizando los resultados del estudio Massachusetts Male Aging Study, según el cual la prevalencia de DE se ampliaba hasta el 52% de los hombres de 40-70 años (incluyendo un 17% que presentaba una mínima afectación). De esta manera, los poderosos fármacos se convertían en una opción de tratamiento para la mitad de los hombres y se animaba el floreciente mercado de los fármacos de estilos de vida o de uso lúdico en el campo de la sexualidad.
Pero las cosas no quedaron ahí y llegó el turno de las mujeres. El primer paso necesario para abarcar este nuevo mercado fue definir un diagnóstico médico con características medibles que facilitase el diseño de ensayos clínicos creíbles. Se celebró entonces en París un multitudinario encuentro internacional sobre disfunciones sexuales, con cientos de prestigiosos investigadores, terapeutas y médicos de todo el mundo, patrocinado por compañías farmacéuticas. Nuevamente, se presentaron los “impactantes” resultados de una encuesta (JAMA, 1999): el 43% de las mujeres entre 18 y 59 años padecían disfunción sexual. Para considerar este “diagnóstico”, bastaba con que contestaran “sí” a uno de los siete items de una encuesta. Ciertamente, a pesar del entusiasmo de los patrocinadores, en el colectivo investigador prevalecieron dudas sobre la exacta definición de la disfunción sexual femenina, y hubo quienes rechazaron que existiese una afección médica con semejante denominación. Y la pregunta que quedó sobre la mesa fue: ¿es la disfunción sexual femenina una creación de marketing de la industria farmacéutica?
Como era de esperar, quienes afirmaban que no era así, al igual que el propio moderador de la mesa redonda, habían trabajado como asesores de las compañías farmacéuticas patrocinadoras. En el otro lado, quienes pensaban que sí, que la industria farmacéutica estaba promoviendo resultados favorables a sus intereses, con la profesora de psiquiatría Leonore Tierfer al frente, mostraron su preocupación por la medicalización de la sexualidad de las mujeres, haciendo que los altibajos normales en el deseo sexual devinieran en un trastorno susceptible de ser tratado con fármacos.
“Los problemas y las satisfacciones sexuales de las mujeres tienen mucho más que ver con las dificultades de pareja, el estrés del día a día y las expectativas culturales que con el flujo sanguíneo del clítoris y los niveles de testosterona. No te dejes llevar por el marketing financiado por las compañías farmacéuticas, disfrazado de ciencia o educación”, afirmaba Leonore Tierfer, tras la presentación de su escrito: “Esta noche no, querido, el perro se ha comido mi parche de testosterona“.
Más info: El libro La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo (Península, 2009) contiene un capítulo entero dedicado a la invención de enfermedades por parte de los laboratorios farmacéuticos.
Cuando las circunstancias que llevan a la inapetencia sexual son inevitables para el paciente -estrés, ansiedad, agotamiento-, los medicamentos pueden cumplir una función paliativa y resultar muy eficaces. Concretamente, está clinicamente probado el descenso acusado de la producción de testosterona en hombres de mediana edad con cargas laborales importantes o en situaciones de estrés o presión continuada. ¿Debemos negarles el tratamiento por el hecho de que, si cambiaran sus circunstancias, su problema se solucionaría sólo? ¿Debemos instarles a que dejen sus trabajos y a sus familias y se vayan a vivir la vida a una playa remota?
Por favor señores, la medicina debe trabajar para mejorar la realidad de los pacientes, no para aleccionarles o tomar decisiones vitales por ellos.
Un artículo muy interesante. Aunque pienso que las mujeres no somos tan proclives a dejarnos influir por la propaganda farmacéutica en lo relativo al sexo; quizás en nuestro cerebro el sexo no ocupa un lugar tan predominante.
Para mí el fenómeno Vigra ha sido una sorpresa, entiendo que sea útil para hombres con DE, pero su extensión a la “mitad” de la población masculina en edad de merecer ha sido uno de los mayores éxitos del marketing farmacéutico en “crear” enfermedades. Espero y deseo que con las mujeres les salga el tiro por la culata.
¿Cómo se arregla el tema de la inapetencia sexual? Pues poniendo en movimiento lúdico las neuronas por procedimientos naturales. ¿Y cómo se logra eso tan difícil cuando estamos en la zona de horas bajas del cerebro (es un decir)? Recuperando la movilidad de las neuronas mediante la alegria y la tontería. Jajaja. Testosterona para aburrir.
Y ahora, don Miguel, si usted me lo permite, una consulta con cierto retraso. Usted perdone. Los cangrejos de rio, me saltó anoche. Llego algo tarde respecto los ensayos del Dr. Vinagre. ¿Cómo conseguir bogavantes a partir de estas humildes especies en las que no hay más que caparazón y poca carne? ¿Sabe usted algo? Va en serio.
Y ahora mismo me ha saltado un tema sobre la transposición. Estamos opinando paso a paso sobre el cáncer. Ayer eran los canutos esos -microtúbulos-. Cuando tenga algo más concreto se lo comentaré.
Hoy toca hablar de cangrejos. Otro día será el vinagre. El ácido acético. Metilcarboxilo. (No sé dónde dejar mis opiniones).
La actitud de marketing puro y duro de la industria farmacéutica ha sido tan y tan constante en los últimos años, que hemos llegado al punto de vivirla como si fuera normal, cuando en verdad no tiene nada de normal. Antes, la industria centraba su esfuerzo investigador en encontrar fármacos útiles para curar o paliar síntomas de enfermedades. Rápidamente los “tiburones” de la industria constataron que se trataba de un “negocio mejorable” si conseguían añadir población sana a su clientela potencial. Lo consiguieron con facilidad bajo la consigna de una convincente palabra: “prevención”. Pero todavía se podía exprimir más el limón: descubrieron que se podian “crear” enfermedades. Y esto era maravilloso. Para ello investigaban un medicamento de los ya existentes, provocaban pequeñas variaciones en su molécula y a continuación, como con una varita mágica, inventaban una enfermedad a la que “fuera bien” el medicamento. Obviamente esta “enfermedad” deberia relacionarse con los pequeños o grandes malestares que los hombres y las mujeres padecemos desde que nos expulsaron del Paraiso: ansiedad porque no llegas a final de mes, problemas con la pareja, pérdida de empleo, timidez ante los conflictos, disminución de la líbido, miedo a envejecer, disminución del deseo de fumar, demencia senil, pérdida de un ser querido, incapacidad de controlar impulsos, y multitud de situaciones que pueden provocar malestar en las personas o en sus allegados, etc. Además, muchos de estos medicamentos, especialmente los que tienen que ver con el rendimiento sexual, tienen un importante efecto placebo con lo que el cliente queda contento.
A partir de aqui crearon con la complicidad de “primeras figuras” de la especialidad competente las escalas de medir que conllevaban a la sentencia: “se trata de una enfermedad”, porque lo dice tal catálogo aceptado por tal sociedad. Realmente no es extraño que la industria farmacéutica intente ganar más dinero y que para ello recurra a cualquier sistema (el fin justifica los medios), lo que resulta aún más repugnante es la colaboración de medios de comunicación y de líderes de opinión a cambio tan solo de dinero, y que encima vayan por el mundo en medio de muestras de respeto y de aprobación. Y lo que me extraña aún más que todo lo expuesto, es la ingenuidad de la gente que se cree todo lo que le llega de los medios de comunicación sin ver nada más detrás de los mensajes.
Jajajaja muy bueno.