La especulación farmacéutica de los lobos de Wall Street
El joven Martin Shkreli se ha creado muchos enemigos en los últimos meses. Con 32 años es el propietario de la compañía farmacéutica Turing Pharmaceuticals pero su negocio no tiene nada que ver con la salud de las personas. Este ex gerente de fondos de inversión hace lo que ya ha visto en otros hacer. Compra y vende.
En este caso medicamentos pero hubiera hecho lo mismo que voy a contar con cualquier otra cosa que le generase buenos dividendos. Shkreli es odiado porque compró un medicamento que vale para el cáncer y el Sida que costaba 13,50 dólares y subió su precio a 750 dólares.
Alguien podría pensar que el fármaco en cuestión, cuyo principio activo es pirimetamina y su marca Daraprim, ha costado muchísimo producirlo o es tan tan tan bueno que merece comercializarse por esa cifra.
Pero lo cierto es que esas pastillas llevan comercializándose desde hace 62 años. Fue aprobado en 1953 para el tratamiento de la toxoplasmosis, una enfermedad parasitaria que afecta sobre todo a personas con su sistema inmune débil.
Daraprim, fue adquirido el pasado mes de agosto por Turing Pharmaceuticals a Impax Laboratories por 55 millones de dólares. Producirlo cuesta un dólar. El empresario “de exito” declara:
No me escondo, soy un capitalista”.
Es imposible no acordarse del Caso Sovaldi cuando uno lee estas cosas. El fármaco para la hepatitis C de los 1.000 dólares por pastilla.
Se cuenta que su eficacia es muy alta pero también su precio que va desde los más de 80.000 euros que cuesta el tratamiento en USA, pasando por los 60.000 que solicitó su fabricante, Gilead, a España, los 25.000 que luego ofertó el laboratorio y los probablemente alrededor de 13.000 que estamos pagando ahora.
En Francia su precio ronda los 45.000. Ya véis que la cosa va de oferta, demanda y regateo pero siempre en torno a cifras astronómicas. Todo pura especulación pues su coste real es de poco más de 100 euros.
También de Gilead es el medicamento Harvoni que se utiliza igualmente para tratar la hepatitis C. Cada píldora de Harvoni cuesta la friolera de 1.350 dólares. Sin duda un negocio redondo en un tratamiento que los pacientes tienen que llevar a cabo a diario durante doce semanas seguidas y en un país donde unos unos tres millones de personas están afectadas por hepatitis C. El chantaje es evidente o tu Gobierno paga o tú mueres.
Si son tan efectivos esperemos que sea cierto porque al fin y al cabo quien pone sobre la mesa las pruebas son los mismos laboratorios interesados en que los gobiernos de medio mundo les compren el producto.
Pero tras el pelotazo consentido -esos mismos gobiernos pueden de manera legal imponer una licencia obligatoria de comercialización que animaría a otros laboratorios a fabricar genéricos de los mismos pero ofertados a un precio muchísimo más bajo-, se esconde una nueva realidad, hasta la semana pasada no contada: Los nuevos fármacos para la hepatitis C pueden lesionar el hígado y causar la muerte.
Otro ejemplo de medicamentos que han incrementado considerablemente su precio. Los fármacos para tratar problemas cardiacos. Valeant Pharmaceuticals ha aumentado drásticamente el precio de dos tratamientos indicados para el corazón.
Un 525% el de Isuprel, y 212% el de Nitropress. Lo hacía poco después de la compra de ambos medicamentos a la farmacéutica Marathon en febrero pasado. En la actualidad Valeant Pharmaceuticals es la única empresa que vende estos dos productos.
Los fabricantes de medicamentos a menudo afirman que sus precios altos tienen como objetivo ayudarles a recuperar el coste de su inversión o que reflejan el valor de los mismos en el mercado. Pero lo que hacen es poner el precio que ellos piensan que el mercado puede soportar y que la gente está dispuesta a pagar. Esto es especulación… con la salud pública.
Otro caso es el del Cycloserine, utilizado para el tratamiento de la tuberculosis, cuyo precio pasó de 500 a 10.800 dólares (las 30 pastillas). También el Doxycycline, un antibiótico, pasó en octubre de 2013, de 20 a 1849 dólares el frasco. No son hechos aislados sino tendencia de mercado. El titular de La Vanguardia es preciso: Los especuladores financieros disparan el precio de los medicamentos.
Nada parece detener el proceso autodestructivo de la industria farmacéutica. En sólo 150 años, las pequeñas boticas de las surgieron grandes multinacional de la farmacopea han sido tomadas por los lobos de Wall Street. Nada parece detenerles.
El escándalo provocado por el jovencito especulador farmacológico de impronunciable nombre ha soliviatado incluso a Hillary Clinton, que ha anunciado nuevas regulaciones para el sector farmacéutico.
La candidata a la presidencia de Estados Unidos fue respondida por la industria con su habitual cinismo. Más regulación será malo para el desarrollo de nuevos fármacos. Pero como hemos visto la mentira tiene las patas muy cortas porque nuevos, lo que se dice nuevos, pocos. A no ser que pulpo valga como animal de compañía y el Daraprim de 1953 sea todo lo nuevo que traen los viejos comportamientos.
Esto es lo que tiene dejar la salud de las personas en manos de inversores y mercados. Y todo ello nos recuerda la importancia de crear industrias farmacéuticas públicas -con criterios de transparencia e independencia- para que desarrollen los medicamentos esenciales para la población, aquellos necesarios, efectivos y seguros.
Una parte de la solución sería la creación de empresas estatales, lo han dicho un par de premios Nobel, empresas que investiguen y comercialicen medicamentos con los incentivos de curar enfermedades, no los de maximizar beneficios. El dogma de que el Estado no puede intervenir en la economía desarrollado desde los setenta es sistematicamente ignorado con empresas publicas para los amiguetes y rescates de banca como ejemplos notables así que no nos vengan con cuentos. Necesitamos empresas públicas para el desarrollo de medicamentos YA!
Fuera los mercados perversos, los chiriguitos para amigos, las eficiencias metirosas. Mercados sí, pero que lo público participe en igualdad de condiciones para curar no para cronificar.