Literatura científica mercantilizada: Dime dónde publicas y te diré…
Las publicaciones médico científicas son la primera fuente de información de los médicos y de muchos profesionales de la salud y trabajadores de ciencia. Incluso, de periodistas y divulgadores que las toman como referencia para sus publicaciones. Pero la mercantilización también envuelve a la literatura científica y ello favorece que se produzcan fraudes. Existen ciertas herramientas para intentar detectarlos.
Hace unos días publiqué pruebas de que existen partículas y sustancias en las vacunas que no constan en su composición y que se consideran contaminantes o tóxicas, muchas de ellas son metales pesados. El estudio en el que se basa ese post, me enteré con posterioridad, está publicado en una revista científica de las de pago (que sus editores cobran a los autores de los artículos por publicarlos).
Como hay ciertas “sospechas” sobre la calidad de esas publicaciones no quería que los datos fueran discriminados por ello. Así que días después volvimos al tema con el post Familias que documentan la contaminación de las vacunas que pudieron dañar a sus hijos, en el que ofrecemos datos concretos conseguidos por familias mediante análisis de vacunas realizados por laboratorios independientes de los fabricantes de las mismas.
Hoy quiero contaros de qué va esto de la mercantilización de las revistas científicas pues es un fenómeno que crece y que influye y de qué manera sobre el conocimiento humano en su vertiente más técnica y/o científica.
Tras publicar el primer post al que hago referencia, que lleva por título Una nueva investigación encuentra metales pesados en las vacunas analizadas, un lector atento, profesor en una Universidad, me comentó que la revista International Journal of Vaccines & Vaccination (IJVV), donde está publicado el estudio que comentamos, pertenece a un grupo editorial, Medcrave, que está en la lista de publicaciones “predatorias”.
No pretendía desacreditar el trabajo de los dos científicos italianos, sólo advertirme de un fenómeno poco conocido. El mencionado listado está formado por revistas en las hay que pagar por publicar (sus editores pretenden ganar dinero publicando artículos).
Para ello, en teoría, se facilita el proceso de revisión por pares (aunque a veces no existe) y se acelera el tiempo entre que se recibe el artículo y se publica.
Se han hecho investigaciones con algunas de estas revistas y así lo confirman. De hecho, el periodista Héctor G. Barnés, publicó hace dos días en El Confidencial un buen artículo sobre ello bajo el título de ‘Fake journals’: dentro del mercado negro de las investigaciones científicas falsas.
Claro que esa lista de publicaciones “sospechosas” de no tener la calidad suficiente o de manipular lo que difunden, habría que estudiarla con detenimiento, analizar las revistas que en ella aparecen una a una para que no paguen justos por pecadores que se dice. En Plos One también hay que pagar y goza de un prestigio muy alto. Es decir, no porque los artículos estén pagados por sus autores han de ser forzosamente despreciados.
Por poner un ejemplo, hoy cualquier persona puede escribir un buen libro, un texto de calidad y publicarlo on line en editoriales que le van a cobrar por los trabajos de edición. Lo que hay que juzgar como lectores es si ese libro está bien escrito, si tiene un contenido interesante y bien tratado, osea, si el libro tiene calidad y poco importará lo que haya pagado su autor por él.
Que una publicación esté en una revista de pago no quiere decir que los resultados sean poco fiables, porque hay tantos intereses creados en ciencia que a saber cuáles son los que hay detrás de la lista de revistas predatorias. Lo que ocurre es que cuando se trata de resultados con alto impacto mediático, si provienen de una de esas revistas las críticas en el ámbito científico se multiplican.
Lo que está claro es que estas listas negras de publicaciones científicas resultan molestas. En USA hace poco cerraron una, se supone que por presiones o amenazas de demandas judiciales por parte de quienes aparecen en ellas.
En cualquier caso, estar en una de estas listas es siempre una señal de alerta; hay que ser prudente.
El cobrar, por otra parte, ya no es sinónimo de revista fraudulenta, es un recurso que cada vez más publicaciones utilizan para financiarse. La sutil diferencia entre lo que es un open access (revistas de acceso abierto al público) ético y un open acces “predatorio” es donde está la clave.
Para valorar artículos, lo primero sería mirar si esa publicación está indexada en el JCR, éste es el sistema al que pueden acceder los centros de investigación en España (hay que suscribirse). Sin embargo, se puede conocer si una revista está indexada (aunque no se muestre su índice de impacto o influencia) mirando aquí.
Luego está el Scimago Journal Rank (SJR), que calcula el factor de impacto basándose en la información incluida en la base de datos Scopus, de la empresa Elsevier. Ha sido desarrollado por SCImago, grupo de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y de las universidades de Granada, Extremadura, Carlos III (Madrid) y Alcalá de Henares.
Y por último, podemos ver que el artículo que nos interesa no esté en la lista de predatorias. Sobre los índices de impacto también hay que comentar que no hay que fiarse de lo que ponga la propia revista, porque a veces lo exageran o confunden.
Los intereses comerciales también rodean el conocimiento científico y por ello, como podéis comprobar, no basta sólo con leer y entender un artículo concreto sino que es bueno buscar información sobre dónde y cómo se publica.
Esta tarde sobre las 17:00h hablaré de ello en el programa de la televisión pública vasca Qué me estás contando.
https://www.youtube.com/watch?v=raR84bF_MpA&t=2s