El mercado de la alimentación ecológica en su encrucijada: ¿Cultura y ética o sólo dinero?
Hoy se ha inaugurado la edición número 34 de BioCultura en Madrid. En la feria de productos ecológicos se ha abierto un debate interesante tras la entrada de fondos de inversión y multinacionales alimentarias en el negocio de la alimentación bio, orgánica o ecológica.
En efecto, durante los últimos años prácticamente todas las empresas de distribución de comida ecológica han sido compradas por fondos o por otras empresas del sector de la alimentación convencional. Como cuenta mi amiga la periodista Brenda Chávez, no es sólo que el gigante de tiendas bio Whole Foods haya sido adquirido por Amazon.
Ya en 2005 la marca eco El Granero Integral fue comprada por la gestora de fondos de capital riesgo Nazca Capital. Más tarde, en 2011 Nutrition & Santé, del grupo farmacéutico japonés Otsuka, compró Natursoy, empresa familiar española creada en 1988. Por último, en 2016, Sorribas, de la compañía Biográ, con una dilatada trayectoria ecológica, pasó a Idilia Foods (Nocilla, Cola-Cao, Paladín y Okey), parte escindida de Nutrexpa, gestionada por los Ferrero Jordi, cuya fortuna personal ronda los 350 millones de euros.
En 2017, Vegetalia, pionera ecológica con 1.500 productos, fue comprada por Ebro Foods (La Cigala, Brillante, SOS, La Fallera, Minute, Puleva, Ram, Azucarera y Sucran), líder en arroz y segundo fabricante de pasta, que se había hecho con la compañía orgánica francesa Celnat.
Las grandes empresas españolas de alimentación también han ido lanzando productos eco: Puleva, San Miguel, Torres, García Carrión, Codorníu, Borges, La Española, etc. La marca Carrefour Bio, aparecida en 2002, fue la primera de su tipo en una cadena de distribución. Con ella ha abierto 15 comercios en Francia, donde tendrán 40 a finales de 2018.
Ahora se expande por la península inaugurando el primero en el barrio Malasaña (Madrid). Otros grandes supermercados también poseen marcas blancas eco o aumentan la venta de estos ítems: Alcampo, Aldi, Lidl (en 2016 duplicó su surtido 100% ecológico pasando de 30 referencias a 60, en 2017 se incrementará un 50% más, hasta alcanzar las 90) y Eroski (vende 1.000 alimentos ecológicos), entre otros.
Además, van aterrizando grandes supermercados bio, como el francés Bio c’Bon, con cuatro tiendas en Madrid y varias en Francia e Italia. Es claro porqué han llegado al mercado de la alimentación ecológica estos actores económicos: es un buen negocio que mueve en España 1.500 millones de euros (datos de 2015) y su consumo aumentó un 24,5% en solo un año, mientras el realizado en alimentos y bebidas convencionales retrocedía un 2 % entre 2011 y 2015.
¿Cómo afectará este desembarco de inversores a la cultura de la alimentación bio? La clave está aquí. La opción de la alimentación ecológica es una elección cultural, una actitud ética de compromiso con la ecología y con unos valores relacionados con la transformación social.
Comer bio es apostar por productores comprometidos con la tierra, con la naturaleza, que deseen ofrecer alimentos de gran calidad generando el menor impacto ambiental posible en todo el proceso. Es una apuesta porque la economía sea lo más local posible, por comer alimentos producidos en nuestro entorno más cercano posible (está probado científicamente que la fruta es más saludable si la comemos de temporada y de proximidad).
Apostamos por economías a escala humana, en las que los productores perciban unos ingresos justos por su trabajo. Una alimentación que minimiza el uso de químicos tóxicos, más saludable y más nutritiva porque sí, hay que escribirlo bien claro, pese a que no interesa invertir dinero en demostrar que la alimentación orgánica es más nutritiva, algunos científicos como la doctora en Ingeniería agrónoma por la Universidad Politécnica de Valencia y catedrática de química agrícola catedrática Dolores Raigón (que mientras escribo estas líneas está hablando sobre ello en BioCultura), llevan años documentándolo: “La alimentación ecológica es mejor, ofrece más nutrientes”.
Todo esto es cultura y es un compromiso ético. Anteanoche, hablando con Ángeles Parra, presidenta de la Asociación Vida Sana, impulsora de BioCultura, comentábamos sobre este desembarco y sus posibles consecuencias. Ella piensa que tiene aspectos positivos como la democratización del consumo bio, la posible bajada de precios o el compromiso de algunas multinacionales de la distribución de comprar a productores locales allí donde se instalan.
Creo que tenemos que ir o volver a lo profundo: ¿verá mermada la cultura bio su capacidad de transformación social, de conseguir un mundo más habitable para todas las personas o nos encaminamos a la superficialidad propia del mero intercambio de dinero por productos, aunque estos sean bio?
¿Cambiarán las empresas de la gran distribución las prácticas tendentes a estrangular a los productores y a exprimir al máximo a los consumidores que tan bien cuenta Nazaret Castro en su libro La dictadura de los supermercados?
Creo que hay que profundizar en los valores de la cultura bio dando prioridad a los productores comprometidos, al intercambio directo a través de cooperativas de consumo ecológico (con lo que se consigue un precio realmente justo) o con la menor cantidad de intermediarios posible, de tiendas y puestos de mercado generados por agricultores y ganaderos.
El reto de democratizar el acceso a la alimentación agroecológica pasa por impulsar o expandir modelos como los que propone en su reportaje Brenda Chávez: las agrupaciones de ecoproductores (Edemur en Murcia es un ejemplo); operadores logísticos alternativos (la central de compras eco de Barcelona); supermercados cooperativos (Food. Coop en Brooklyn agrupa a 16.000 personas y en Iruña Landare más de 3.600); o gestoras de comedores escolares (Cuinatur en Valencia).
Hay que recordar que existe un Ministerio de Transición Ecológica que puede promover políticas que faciliten estos procesos (hoy el ministro de Agricultura, Luis Planas, está inaugurando la feria BioCultura y me cuentan que ha ido escribamos que por voluntad propia, cosa que no ocurría con sus antecesores). Aprovechemos todas esta sinergias para impulsar una verdadera y profunda cultura ecológica.