Scott: “Los fármacos antidepresivos me causaron más problemas que los que solucionaron”
Mirad esta historia de una persona que sufre PSSD, disfunción sexual post-ISRS, osea por el consumo de fármacos antidepresivos, como la de Carmen que contamos hace unas semanas. Lo escribe él mismo:
Me llamo Scott y vivo en el sur de Inglaterra, cerca de Londres. Nací en el Reino Unido. Tengo 46 años. Trabajo como consultor de TI, tecnologías de la información. Comencé a tomar fármacos antidepresivos cuando tenía 21 años como resultado de una mala reacción al MDMA (la droga éxtasis) que me dejó con ansiedad severa.
Seguí tomando la medicación durante mucho tiempo porque cada vez que dejaba de tomarla me sentía terrible y mucho más ansioso y deprimido que antes de tomarla. En aquella época no había conciencia de los peligros de la abstinencia de los ISRS, así que supuse que tenía un «desequilibrio químico» y que necesitaba tomarlos a largo plazo.
Ahora me doy cuenta de que lo que sufría era abstinencia, algo muy común con este tipo de fármacos. Durante los primeros 10 años estuve bien, salvo por un poco de aumento de peso y problemas estomacales, pero con el tiempo empecé a tener problemas de concentración. Cuando cambié de antidepresivos, empecé a sufrir fatiga y disfunción eréctil.
Ideación suicida
En ese momento, ya estaba harto y solo quería dejar estos medicamentos: Me estaban causando más problemas de los que solucionaban. Así que empecé a reducir la dosis. Ahí fue cuando se desató el infierno. Sufrí unos 30 síntomas de abstinencia diferentes, desde tinnitus hasta depresión extrema, desrealización, problemas de equilibrio, náuseas e ideación suicida (algo que nunca había experimentado antes).
El efecto fue tan extremo que en algunos momentos sobreviví minuto a minuto. Sin duda, la gente pensará que se trataba de algún tipo de crisis de salud mental, pero la sensación era muy “química”: para mí era muy obvio que la causa eran las drogas.
Durante ese tiempo, me conecté con otras personas por internet que sufrían los mismos problemas y pronto me quedó claro que había decenas de miles de personas experimentando los mismos síntomas que yo (a pesar de haber tomado las drogas por razones muy diferentes).
En abril de este año, de repente, sentí una falta total de emociones positivas. A pesar de ser un ávido lector, de repente no sentía placer alguno leyendo libros o viendo mis programas de televisión o películas favoritas. También noté que no sentía ningún efecto al tomar café o beber alcohol, el efecto eufórico había desaparecido por completo.
Ya no podía disfrutar de la belleza de una puesta de sol ni sentir la descarga de endorfinas después de salir a correr. También me sentí completamente entumecido emocionalmente, ya no podía llorar ni sentir amor ni conexión con mi familia. Antes había sentido mucho amor por mi joven sobrina y ahora no sentía nada.
Por si eso no fuera suficiente, sufrí graves problemas cognitivos y mi capacidad de imaginación, que antes estaba muy desarrollada, desapareció, al igual que cualquier capacidad de visualizar cosas en mi mente. Ya no podía concentrarme en nada durante más de unos minutos y me frustraba rápidamente.
Sin intelecto
Para alguien como yo que tiene un doctorado, perder mi capacidad intelectual ha sido traumático. Además de eso, he perdido completamente mi deseo sexual, cualquier orgasmo no produce placer y cuando miro a las mujeres siento muy poca atracción sexual. En un par de meses perdí mi identidad sexual, mi capacidad intelectual, mi amor y conexión con los demás y mi capacidad de amar y disfrutar de mi vida.
Ya han pasado siete meses viviendo así. Ahora me siento como un fantasma, como un muerto viviente, en un estado de shock total por lo que me ha pasado; es como algo sacado de un episodio de Black Mirror.
Siento que me han infligido una forma de violencia realmente extrema, pero es una violencia que nadie más puede ver. Imagínense si me hubiera quedado ciego o hubiera perdido la audición por culpa de esta medicación, enseguida se produciría una protesta pública y se prohibirían los medicamentos. Pero como el daño es invisible y se puede achacar fácilmente a una “enfermedad mental”, nos han dejado solos para que nos pudramos.
La gente intentará afirmar que se trata de una depresión, pero yo nunca había sufrido nada parecido antes de tomar la medicación y no había nada en mi vida que pudiera causarlo, salvo la reducción de la dosis de los antidepresivos. ¿Y cómo se explica el hecho de que ya no pueda emborracharme? Esto es claramente un daño neurológico, no algo relacionado con una enfermedad mental.
En el Reino Unido se reconoce en cierta medida el peligro de la abstinencia de los ISRS (aunque recientemente hubo cierta resistencia por parte de los psiquiatras de alto nivel al respecto), pero hasta ahora hubo muy pocos avances en cuanto al reconocimiento del PSSD. Una gran barrera es que muchas personas no desean hablar públicamente sobre esta enfermedad (a pesar de que hay miles de personas afectadas) porque como resultado del aspecto sexual es una enfermedad muy embarazosa.
En este momento, estamos teniendo que financiar la investigación nosotros mismos sin ninguna ayuda de los que causaron este daño. Personalmente, creo que es repugnante que las víctimas tengamos que resolver un problema causado por la industria farmacéutica.
El trato de los médicos
Esta experiencia me ha destruido la confianza en los profesionales médicos, sobre todo en los psiquiatras. Cuando hablé con los médicos quedó muy claro que eran profundamente ignorantes sobre los efectos adversos de estos medicamentos a pesar de la amplia evidencia en la literatura médica y la información sobre medicamentos que acompaña a cada nueva receta.
Cuando fui al médico para explicarle mis síntomas, en el momento en que sugerí que el daño podría ser iatrogénico, me comenzaron a tratar como un adversario en vez de un paciente. Le mostré los artículos científicos y la evidencia que respaldaba lo que me había sucedido, pero al médico no le interesaba un intercambio entre iguales.
Era extremadamente arrogante y se negó a mirar ninguno de ellos y descartó por completo la posibilidad de que pudieran ser los medicamentos que causaron mis problemas. Desafortunadamente, esto pasa mucho en medicina. Debido al sesgo de publicación en la literatura y la influencia de las compañías farmacéuticas en la educación médica, los médicos a menudo tienen una visión muy exagerada de la seguridad de estos medicamentos.
Una historia muy similar ocurrió en la década de 1980 con las benzodiazepinas: Los pacientes se quejaban de síntomas graves que los profesionales médicos negaban y culpaban a los pacientes de los síntomas. Al final, se demostró que los pacientes tenían razón. Al final me quedó con la impresión de un sistema arrogante y distante que no está dispuesto a escuchar las perspectivas de los pacientes y que prioriza su propia protección cuando se menciona el tema del daño iatrogénico.
Se puede ver el mismo patrón en las redes sociales. Los psiquiatras te dirán cuánto se preocupan por sus pacientes, pero solo están interesados en aquellos que tuvieron una buena experiencia. Cuando los pacientes informan experiencias negativas, son ignorados y, en algunos casos, ridiculizados.
No tienen ningún problema en creer que un tratamiento farmacológico es útil con la mínima evidencia, pero cuando intentas decir que pueden causar daño, inmediatamente buscan cualquier excusa que se les ocurra para negarlo. La forma en que algunos de estos profesionales hablan en internet de los pacientes perjudicados es una vergüenza.
El problema es endémico, y por eso seguimos viendo cada vez más escándalos médicos ocurriendo.
¿Qué se puede hacer para revertir esta situación?
Más conciencia. Más investigación sobre los mecanismos de la enfermedad, en definitiva, con vistas a las opciones de tratamiento. Sospecho que hay muchas más personas con PSSD de lo que creemos. Hace poco conocí a una mujer que lo padece desde hace 25 años y que recién se dio cuenta de que ese era el problema después de enterarse de ello a través de un documental de la BBC.
El problema es que hay una especie de lógica circular. La profesión médica, en particular la psiquiatría, no quiere reconocer que el daño iatrogénico es un problema, por lo que no financian la investigación al respecto. Luego utilizan la falta de evidencia empírica como prueba de que no existe ningún problema.
Mientras es fácil obtener fondos para demostrar la eficacia del último medicamento en el mercado, es mucho más difícil obtener fondos para mostrar el daño que pueden causar.
Además, los sistemas de alerta de efectos adversos en la mayoría de los países no son adecuados para su propósito y los organismos reguladores están demasiado cerca de las compañías farmacéuticas que se supone que deben regular. Para colmo, los reguladores a menudo se muestran reacios a admitir que un medicamento puede tener problemas graves después de haberlo aprobado porque les hace quedar mal.