Justicia 2

Condena histórica por negligencia médica en Galicia: el precio de un error en el quirófano

El Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) ha dictado una sentencia que vuelve a poner en el centro del debate la fragilidad de nuestro sistema sanitario y la responsabilidad -o irresponsabilidad- de quienes lo gestionan y practican medicina en nombre del interés público.

El fallo obliga al Servicio Gallego de Salud (Sergas) y a la aseguradora Segurcaixa Adeslas a indemnizar con 538.959,14 euros a la familia de una bebé de tres meses que sufrió daños irreversibles durante una operación cardíaca en el Complejo Hospitalario de A Coruña, en septiembre de 2015.

Un error que nunca debió ocurrir

La pequeña, diagnosticada de una cardiopatía congénita que le provocaba insuficiencia cardíaca, fue sometida a una intervención de alto riesgo. Sin embargo, el riesgo no vino de la complejidad del caso, sino de la actuación del cirujano vascular.

Según recoge la sentencia, el error consistió en pinzar la arteria aorta -el principal vaso sanguíneo del cuerpo humano- en lugar de pinzar el vaso que comunica la aorta con la arteria pulmonar, como exige el protocolo en este tipo de intervenciones.

Este fallo técnico provocó una interrupción del flujo sanguíneo durante toda la operación, lo que derivó en una isquemia prolongada y daños severos en distintos órganos de la bebé. Las secuelas, lejos de limitarse al quirófano, se prolongaron en el tiempo y sólo se detectaron cuando el equipo de la UCI revisó el caso tras la intervención.

El TSXG ha sido contundente: el error era “fácil de detectar y corregir” y existieron señales durante la operación que debieron alertar a los cirujanos. La sentencia señala una falta de diligencia incompatible con los estándares exigibles en una intervención de semejante sensibilidad.

La justicia llega tarde, pero llega

La familia de la menor inició un largo periplo judicial tras la negativa inicial del Sergas a reconocer la negligencia en 2018. Han sido casi diez años de lucha, recursos y desgaste emocional, hasta que el TSXG ha confirmado la responsabilidad de la sanidad pública gallega y de la aseguradora privada que cubría la intervención.

El importe de la indemnización, aunque elevado, no puede compensar el daño causado. ¿Cuánto vale la salud perdida de una niña? ¿Cómo se mide el sufrimiento de una familia que confió en el sistema sanitario y fue traicionada por un error evitable?

Este caso no es un hecho aislado, sino el reflejo de una patología estructural en nuestro sistema sanitario. No se trata solo de un error humano, sino de un fallo en la cadena de seguridad, supervisión y autocrítica que debería proteger a los pacientes, especialmente a los más vulnerables.

La medicina, como toda ciencia aplicada, es falible. Pero la sociedad no puede resignarse a que los errores más graves -los que dejan secuelas irreparables- se despachen con el pago de una indemnización y el paso de página. La transparencia, la rendición de cuentas y la revisión de protocolos deben ser la norma, no la excepción.

¿Qué falló realmente?

La sentencia del TSXG apunta a una negligencia clara: un error técnico que cualquier profesional debidamente formado y atento debería haber evitado. Pero la pregunta incómoda es: ¿cómo es posible que un fallo tan básico pasara desapercibido durante toda la intervención? ¿Qué controles fallaron? ¿Qué cultura profesional permite que las alertas sean ignoradas?

La medicina moderna se apoya en el trabajo en equipo, la doble verificación y la comunicación constante entre profesionales. Cuando uno de estos eslabones se rompe, el daño puede ser devastador. En este caso, la falta de reacción ante las señales de alarma y la tardanza en detectar el error son tan graves como el fallo inicial.

El Sergas y la aseguradora han sido condenados, pero ¿qué consecuencias tiene esto para los responsables directos? ¿Se han revisado los protocolos? ¿Se ha aprendido algo de este caso, o simplemente se ha cerrado el expediente con el pago de la indemnización?

La experiencia demuestra que las instituciones tienden a blindarse, a minimizar el impacto mediático y a proteger a los suyos. La autocrítica real, la que lleva a cambios estructurales y a la mejora de la seguridad del paciente, suele brillar por su ausencia. ¿Cuántos errores similares quedan sin detectar o sin denunciar?

El papel de la justicia y la sociedad

La sentencia del TSXG es un paso importante, pero insuficiente. La justicia llega tarde, cuando el daño ya es irreversible. Es imprescindible que la sociedad exija transparencia, investigación independiente y rendición de cuentas en todos los casos de negligencia médica, especialmente en el ámbito público.

No se trata de criminalizar a los profesionales, sino de garantizar que los errores se reconozcan, se estudien y se eviten en el futuro. La cultura del silencio y el corporativismo solo perpetúan el riesgo y la desconfianza.

Detrás de cada sentencia hay una historia de dolor, de lucha y de esperanza rota. La familia de la menor ha demostrado una determinación admirable para que se reconozca la verdad y se haga justicia. Su caso debe servir de ejemplo y de advertencia: nadie está a salvo de un error médico, pero todos tenemos derecho a la verdad y a la reparación.

Este caso obliga a una reflexión profunda sobre el modelo sanitario que queremos. La excelencia médica no se mide solo por la tecnología o el prestigio de los hospitales, sino por la capacidad de aprender de los errores, de proteger a los pacientes y de poner la vida y la dignidad humana por encima de cualquier otra consideración.

Como ciudadanos, debemos exigir transparencia, formación continua y una cultura de seguridad real en todos los niveles del sistema sanitario. Solo así podremos confiar de verdad en quienes tienen en sus manos lo más valioso: nuestra salud y la de nuestros hijos.

La sentencia del TSXG no es solo una noticia judicial: es un recordatorio de que la salud pública es un bien común que debemos proteger entre todos, sin complacencia ni resignación. La negligencia médica no es un accidente inevitable, sino una llamada de atención para que nunca dejemos de exigir lo mejor de quienes nos cuidan.

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